CUANDO TOCA GANAR EN EL ÚLTIMO SUSPIRO
Por teldeporte Actualizada el 6 Nov, 2016 a las 15:00 | Categorizado como En Portada, Fútbol | Con 0 Comentarios
  • UD LAS PALMAS 1-0 EIBAR

DESDE LA GRADA CURVA POR EDUARDO FRANCESCOLI

Existen todo tipo de últimos suspiros. El último suspiro de la cristiandad invoca extremaunción y tránsito, pero el último suspiro de la sexualidad lleva a la implosión neuronal y al éxtasis. Lo único en lo que todos los últimos suspiros coinciden, sea cénit placentero o frontera de la vitalidad, es en su condición temporal de momento definitivo, de situación inamovible, final. Sea jadeo o exhalación, el último suspiro es eso, último, el momento irremediable en que todo acaba.

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LAS PALMAS VS EIBAR

Cada uno tiene su inventario personal de últimos suspiros. Y cada equipo, también. Sería extenso hablar de tanto último suspiro que en la historia del fútbol han sido. Pero la UD es un equipo sin duda de últimos suspiros. El primer último suspiro de mi colección no lo vi, salvo en la portada de los periódicos del día siguiente. Juani Castillo, en el último suspiro, voló como ahora vuela Boateng para quitarle el balón de las manos a Biurrun, portero de Osasuna, y cabecear la victoria  a la red en el Insular, en el último suspiro. Claro que hay últimos suspiros amarillos, innumerables, pero ese es mi último suspiro iniciático, ese momento en el que, si se marca gol, ya todo es irremediable.

Al gol aéreo de Juani le han sucedido últimos suspiros de todo calado. En el último suspiro Marioni nos envió a Segunda, cuando ya el Tenerife no se jugaba nada, y también en el último suspiro Catanha nos quitaba el liderato y orientaba el vuelo de su gaviota – la inventó en ese gol, ante la Naciente del Insular – hacia Primera, mientras dejaba a la UD sin liderato y en Segunda. El último suspiro, lo sabemos todos, indeleble en nuestra memoria común, es sangrante y cercano: ese último suspiro en que el Córdoba convirtió al Estadio de Gran Canaria en el templo futbolero del surrealismo universal, digno de Breton, de Agustín Espinosa, de Óscar Domínguez.

También esta temporada nos ha dejado una nueva y numerosa aportación de últimos suspiros hirientes. En el último suspiro la UD perdía el liderato fugaz en Sevilla, y en el último suspiro el Villarreal convertía el gol de Viera-Tana-Boateng en inútil. Antes, en el último suspiro, ya nos había burlado Casemiro la gloria de empatar ante el Real Madrid en nuestro reencuentro con Primera. Un sinfín de últimos suspiros dolorosos, de los que hielan al más forofo.

Pero también hemos tenido últimos suspiros gloriosos. Nunca podremos olvidar cómo, en el último suspiro, Nauzet dibujaba una volea perfecta ante el Sanse, cuando parecía que nos quedábamos en Segunda B para siempre. O el último suspiro en que Araujo logra el gol del ascenso ante el Real Zaragoza. Hay un último suspiro especialmente inolvidable, sobre todo por cómo se lo tomó el narrador de una radio de Tenerife: en un derbi, en el minuto 94, y no me acuerdo si para empatar o ganar, Marcos Márquez le hace un gol que ya parecía imposible a nuestro enemigo íntimo, que es recibido al grito de “¡Nos han robado! ¡Nos han robado!” por el locutor. Palabra de Youtube.

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LAS PALMAS VS EIBAR

El UD-Eibar será recordado para siempre como uno de esos últimos suspiros en que Las Palmas, cuando ya parecía todo perdido, rescata del segundero una sonrisa eterna. Sí, los que tengan más memoria recordarán que fue un partido equilibrado, un partido interesante, que Las Palmas fue mejor en el primer tiempo y los guipuzcoanos en el segundo. Que Araujo mandó un balón al palo y que Riesgo le sacó otro gol cantado con una mano increíble. Igual que Dani Castellano desvió un remate de cabeza de Kike cuando ya parecía encaminarse hacia la red. Que el Eibar tuvo unas cuantas ocasiones para llevarse los puntos. Que Vicente chutó al aire una nueva cuchara de Viera, para un nuevo gol de videoteca. Y que Raúl, excepto en el primer balón, que se le escapó de las manos, se redimió de sus fallos ante el Celta con la grada conjurada a su favor.

El último suspiro en que Roque es alcanzado sin querer por una bota opuesta, y que el penalti consiguiente, en el último suspiro, en el minuto 94, cuando ya nada puede cambiar nada, es convertido en victoria por Jonathan Viera, ocupará la mayor parte de la memoria, del recuerdo, de la invocación de esta nueva contienda canario-eibarresa en Primera. Nada hay más definitivo que el gol de la victoria en el último minuto, cuando ya nadie tiene pócima, placebo ni remedio para variar en los anales amarillos que se venció, una vez más, un partido en casa.

Un partido que vi al lado de un amigo que se llama Germán en honor a Germán (Dévora). De cuando los niños no se llamaban Kevin Prince. Y que, para compartir el encuentro desde la Grada Curva, sacó de una pequeña bolsa el aroma a pescado salado que envolvía los umbrales del Estadio Insular, y hasta hace bien poco también del Estadio de Gran Canaria. De cuando en lugar de Fan Zone, con sus telepizzas, sus hot-dogs y sus hamburguesas, algunos habitantes de esta isla se ganaban la vida en sus  particulares y puntuales ‘Arañas y Calamares Zone’. Cuando Germán sacó de la bolsa los pejines, con el aroma inconfundible del viejo Insular, el olfato nos trasladó a tantas victorias épicas logradas cuando ya no había tiempo para ellas. Con el último de los pejines, con el gol de Viera, no pudimos evitar un último suspiro.

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